martes, 26 de febrero de 2013

Barrido...

El disco dorado de la aurora


bordea los barrancos morados. La


anciana se inclina para barrer los


peldaños del templo. Lava cada


piedra con amoroso cuidado.


¿cuantos devotos tienen en cuenta


su trabajo?



Al amanecer fui a un templo magnífico. Su arquitectura era una expresión tan suprema del espíritu humano, que era un verdadero tesoro. Generaciones de devotos habían dejado ofrendas en los altares, cientos de monjes habían alcanzado la iluminación en sus tierras consagradas, y miles habían sido bendecidos en la vida y en la muerte en sus venerables salones.

Sin embargo, lo que más me conmovió fue ver a una anciana que, en silencio, barría los peldaños. Era evidente su devoción. Su concentración era perfecta. Su minuciosidad, completa. Su acción, sin fama ni honores, mostraba un espíritu verdaderamente bendito.

Más tarde, las personas adineradas vinieron a hacer sus devociones. Los niños, con juguetes de brillantes colores, corrían por las grises piedras. Los monjes pasaban en silenciosa plegaria. De todos los que pasaron, ¿cuántos tenían conciencia del santo servicio que les había permitido expresar su devoción?

Cuando el camino es lo único que tenemos para caminar, los que lo preparan deberían ser verdaderamente reverenciados.





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